Tenía miedo de decirle 'no' a mi jefe: he padecido 'burnout' y salido en camilla de la oficina, pero lo estoy superando con terapia

Teresa Vozza
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La autora se derrumbó en el trabajo a causa de la ansiedad y el 'burnout'.
La autora se derrumbó en el trabajo a causa de la ansiedad y el 'burnout'.

Cortesía de Shannon Laliberte

  • Cuando era vicepresidenta en mi empresa, tenía demasiado miedo de hablar o decirle "no" a mi jefe.
  • Llegué al agotamiento y me desmayé durante una reunión, lo que me obligó a abandonar la oficina en camilla.

"Teresa, puedes planear tú la fiesta de la oficina, ¿verdad?".

Se me hizo un nudo en el estómago y me sentí mareada ante la pregunta. Repasé mentalmente una lista de comprobación de todo lo que se me pedía que dirigiera. Intenté repetir el guion de límites que había leído en un artículo de Forbes el día anterior.

En lugar de eso, salieron de mi boca estas palabras: "Mi carga de trabajo ya está completa. ¿Hay alguna posibilidad de que encuentre a otra persona para cubrirla? Si no, haré todo lo posible por crear un plan".

Mi jefe me miró fijamente antes de decirme que debía planificar la fiesta.

Hacía poco que me habían ascendido a vicepresidenta de Recursos Humanos. Ya no daba abasto con el desarrollo de nuevos programas de formación, la mejora de nuestro proceso de contratación y la incorporación de nuevas personas empleadas. Estaba a punto de llegar al burnout (síndrome de desgaste profesional, o del trabajador quemado), y rápido.

Estaba demasiado ansiosa en la oficina para establecer límites

Intelectualmente, sabía lo que eran los límites. Sin embargo, en los pocos intentos que hice de "establecer un límite", mi cuerpo se apoderó de mí. Me paralizaba de terror y se me cerraba la garganta.

Tras ser ascendida a la suite ejecutiva, me convertí en la única mujer de la sala. Mi corazón se aceleraba cada vez que contribuía a una reunión. Cuando salía de la sala, me obsesionaba todo lo que decía, cuestionándome si había sonado estúpida o no. Pronto perdí el apetito, dejé de dormir toda la noche y perdí peso drásticamente.

Todo llegó a un punto crítico un día en una reunión. Recuerdo que se me aceleró el corazón. Sentí que el corazón me daba un vuelco. Intenté excusarme, pero a los dos pasos mi cuerpo se balanceó y, de no ser por una silla cercana, me habría caído.

"Teresa, ¿deberíamos llamar a la ambulancia?".

Parpadeé y, en una imagen borrosa y distorsionada, vi las caras del consejero delegado y del director de marketing de mi empresa mirándome fijamente. Enseguida estaba tumbada en una camilla y me llevaban al vestíbulo. Las puertas del ascensor se abrían y cerraban. Toda la oficina me miraba boquiabierta. Me sentí tan pequeña y mortificada.

Pensé que era un problema cardíaco, pero en el hospital me hicieron muchas pruebas que salieron bien. El médico me diagnosticó burnout y ansiedad.

He encontrado la solución a mis problemas cuando he empezado una terapia traumatológica

Antes de todo esto, quedé con una de mis mejores amigas para tomar un café en Starbucks. Ella estaba hablando de su padre. Al final de la conversación, dijo algo que se me quedó grabado: "Tengo curiosidad, T. Nunca hablas de tu madre y de tu padre. ¿Por qué?".

He evadido el tema de mi infancia entre amigos y en la sala de terapia. Quizá una parte de mí esperaba que el diario y el trabajo de atención plena que estaba haciendo fueran suficientes.

Sin embargo, la pregunta de mi amiga seguía sonando en mi cabeza.

Fue entonces cuando mi psicóloga me guio a través de la terapia de Sistemas Familiares Internos (SFI), una práctica en la que me personificaba a mí misma en diferentes edades. Recuerdo que, durante una sesión, encarné a Teresa, de 9 años. Mi padre me gritaba porque mis zapatillas de correr no estaban organizadas en línea recta en la puerta.

Cuando le describí la escena a mi terapeuta, me comentó: "No tienes la culpa de nada", y se me saltaron las lágrimas. Sentí como si mi terapeuta estuviera hablando directamente con Teresa, una niña de 9 años, y no con Teresa, una mujer de 45 años.

Aunque los traumas infantiles y los síntomas del burnout suelen coincidir, la solución es diferente. La mayoría de los enfoques tradicionales de recuperación del síndrome de desgaste profesional se centran excesivamente en soluciones externas, como el ejercicio físico o un horario adecuado de descanso y sueño. Aunque estas soluciones son saludables y promueven el autocuidado, para alguien que ha sufrido un trauma infantil, el verdadero alivio viene de abordar sus necesidades más profundas, según he aprendido.

He puesto en práctica lo que he aprendido en mi vida laboral

Me he dado cuenta de que respondía a las figuras de autoridad masculinas como si fuera una niña, y por eso no podía decirles "no" a mis jefes, y eso me llevó al agotamiento.

Ser consciente de que esto ocurría lo cambió todo. Si me siento provocada en el trabajo, me digo en voz baja que congelarme o acatar las normas ayudó a la joven Teresa a sobrevivir a sucesos aterradores. Y luego me digo a mí misma que las cosas son diferentes para la Teresa mayor. No estoy en peligro físico y las respuestas que me sirvieron cuando era más joven ya no me sirven. Hacer esto significa que permito que el miedo o la ansiedad pasen a través de mí. A partir de aquí, puedo afirmar mis límites desde un estado regulado.

Esta no es una solución única. Considero el trabajo con los límites y el trabajo basado en el trauma como una práctica para toda la vida. Es un viaje constante de comprensión de los patrones.

Cada vez que consigo salir airosa de una conversación difícil que me habría provocado en el pasado, me confirma que, de hecho, soy capaz de reafirmarme y establecer límites, especialmente en el lugar de trabajo.

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