Mi experiencia como becaria en Bridgewater fue como un capítulo de 'Black Mirror'

Trabajar en el hedge fund de Ray Dalio me encantaba; todo lo que hacíamos quedaba registrado y había un sistema para calificarnos entre compañeros.

Daria Rose define su experiencia como becaria en Bridgewater Associates como reveladora y transformadora.
Daria Rose define su experiencia como becaria en Bridgewater Associates como reveladora y transformadora.

Daria Rose; Getty Images; Chelsea Jia Feng/BusinessInsider

Jane Zhang
| Traducido por: 

Este artículo se ha redactado a partir de una entrevista con Daria Rose, una abogada de 27 años que hizo prácticas en el hedge fund de Ray Dalio, Bridgewater Associates, en 2017 y 2018. Business Insider ha verificado que Daria trabajó efectivamente en el hedge fund. La transcripción de la conversación ha sido editada por razones de concisión.

La primera vez que vi el episodio de Black Mirror, Caída en picado, cuya trama se basa en un mundo distópico en que las personas se califican constantemente con el mismo sistema que en las redes sociales, me recordó a uno de mis trabajos.

Los veranos después de mi segundo y tercer año en la Universidad de Harvard, hice prácticas en Bridgewater Associates, el mayor hedge fund del mundo. Puedo decir que la cultura de la empresa es intensa, y sin duda no es para todo el mundo. Su fundador, Ray Dalio, dijo una vez que alrededor del 30% de los empleados renuncian en los primeros 18 meses.

Pasado el tiempo, me he dado cuenta de que hay paralelismos entre mi trabajo en Bridgewater y ese episodio de Black Mirror, pero a pesar de ello guardo un buen recuerdo. Si no hubiera estudiado Derecho, habría aceptado trabajar allí a jornada completa.

Desde el principio, me atrajo uno de los valores del hedge fund: que tu trabajo sea significativo

Durante mi segundo año, una estudiante de un club social al que pertenecía en Harvard mencionó Bridgewater. La habían contratado como asociada de inversiones y buscaba a otras personas interesadas en trabajar allí.

Investigué un poco y me llamó la atención el hecho de que uno de los principios fundamentales de Bridgewater es que la empresa valora el trabajo y las relaciones significativas. La estudiante me comentó que había una vacante en el departamento de gestión y me ayudó a enviar mi currículum.

Después de presentar mi candidatura, tuve que realizar un test de personalidad de Myers-Briggs y otras pruebas de selección. A continuación, tuvimos una entrevista de un día entero en el campus de Bridgewater en Westport, Connecticut.

Sabía que en Bridgewater se valora mucho la autenticidad, así que fui a la entrevista con la intención de ser completamente yo misma.

Primero estuve en una sala con otros candidatos para una entrevista tipo debate. El resto del día lo pasé en varias rondas de entrevistas con directivos. Algunas eran estudios de casos (algo parecido a una consultoría) y otras consistían en preguntas más profundas, orientadas a saber quién era yo como persona. Algunos ejemplos de preguntas eran: ¿Cómo creciste? ¿Eres hija única? ¿Cómo crees que te ha afectado? ¿Cómo crees que influye esto en tu estilo de trabajo en equipo? ¿Qué te despierta por la mañana? ¿Cómo afrontas las críticas?

Las personas que me entrevistaron fueron increíblemente empáticas, y la conversación me pareció muy real y me ayudó a mostrarme vulnerable.

Una o dos semanas después, me llamaron para decirme que había conseguido el trabajo. Cuando valoré la oferta (me pareció mucho dinero) y las grandes ventajas, como alojamiento, transporte y una prima por aceptar, no tuve dudas. Decidí al 100% que lo iba a aceptar.

Me lo pasé muy bien durante las prácticas

La mayoría de los becarios compartíamos dormitorios durante el verano, lo que fue muy divertido y especial. Para estrechar lazos, hicimos actividades como cenas en grupo o una búsqueda del tesoro.

El multimillonario Ray Dalio.

Todos los días llegábamos al campus sobre las 8 de la mañana y nos íbamos sobre las 7 de la tarde. Yo era becaria asociada de gestión en la oficina del CEO, y nos dedicábamos a elaborar cualquier proyecto que el director necesitara. Trabajé en muchas iniciativas de diversidad, buscando la forma de hacer que Bridgewater fuera más ágil y accesible para los empleados.

En aquel momento, el libro de Dalio Principios aún no se había publicado, así que una de nuestras tareas fue la de leer el manuscrito y opinar sobre él.

Calificarnos entre compañeros era una parte importante de la cultura de Bridgewater

Calificábamos a la gente a diario mediante "puntos" numerados, una comprobación en tiempo real de cómo estaba cada uno haciendo su trabajo.

En cada reunión, cada uno de nosotros tenía un iPad delante en el que aparecía una lista de todos los presentes. A lo largo de la reunión, puntuábamos cuestiones como la humildad, la compostura, la disposición a tocar una fibra sensible de otro compañero, la amplitud de miras y la asertividad. Al final de la reunión, toda la pantalla estaba llena de puntos, unos rojos y otros verdes. A veces nos distraía pensar en quién nos había puntuado mal, pero intentábamos ignorarlo.

Como nos evaluaban constantemente por lo que decíamos, la gente era mucho más consciente a la hora de hablar. En otras palabras, nadie hablaba por hablar, sino que nos esforzábamos para esgrimir argumentos concisos y fácilmente comprensibles, y evitar así puntos negativos.

La crítica no se limitaba a los compañeros o becarios. También se nos animaba a poner puntos a nuestros jefes y responsables.

Los resultados iban a parar a nuestras tarjetas, que contenían información sobre la función de cada empleado y sus puntos fuertes y débiles, para crear una imagen más nítida de cómo éramos cada uno de nosotros.

Todo quedaba registrado

La verdad y la transparencia eran radicalmente importantes en Bridgewater. Todo se grababa. Si querías volver atrás y ver por qué te habían puntuado de una forma determinada, podías consultar la grabación y saber qué habías dicho. Incluso se me permitía consultar los puntos de mis amigos y ver cómo iban evolucionando, aunque yo no hubiese participado en esa reunión.

Una vez, una amiga tiró su botella de agua a la basura en lugar de reciclarla. No sé quién la vio, pero alguien le dio un punto negativo, lo que me hizo darme cuenta de hasta qué punto se nos prestaba atención.

Dolor + reflexión = progreso

Recibir todo ese feedback de forma tan constante fue difícil al principio. A veces pensaba: "Qué duro. Nunca es bueno oír que no has hecho algo bien o que a alguien no le ha gustado algo de lo que has dicho". Teníamos un botón en nuestros iPads que podíamos pulsar si nos sentíamos dolidos, y podíamos escribir una reflexión sobre la situación. 

La idea era que el dolor y la reflexión equivalían al progreso.

Dependiendo de la gravedad de la situación o de lo que hubiera pasado, a veces teníamos una sesión de diagnóstico para llegar a la raíz del problema, por ejemplo si el ego de una persona le impedía pedir ayuda. A veces estas sesiones podían ser incómodas, pero al final eran muy útiles y conducían al crecimiento y a un mejor desempeño.

Siempre he sido una persona humilde, por lo que se me da muy bien recibir críticas constructivas. Me gusta mejorar y crecer en lugar de tomarme las cosas como algo personal. Pero los días en que me sentía un poco más sensible o más emocional, no quería escuchar los comentarios más críticos. No obstante, cuando me sentía mejor era capaz de analizarlos y reflexionar sobre ellos.

Dalio quería que intentáramos apartar nuestro ego del trabajo en la medida de lo posible y que miráramos hacia un yo superior. De vez en cuando, teníamos que hacer lo que llamaban "ranking de fuerzas", en el que clasificábamos a los miembros de nuestro equipo en función de quién era más y menos útil. Yo estuve varias veces en la parte inferior de la lista y siempre me sentí mal por ello.

Mucha gente inteligente que va a universidades de élite está acostumbrada a ser la mejor en todo y a estar en lo más alto todo el tiempo, pero no es una actitud realista. Siempre hay días en los que estás a tope y otros en los que no.

En Bridgewater, no se podía ocultar ese hecho.

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Cotillear estaba prohibido

Hablar sobre otras personas a sus espaldas estaba terminantemente prohibido. Uno de los principios básicos era ser claro, decir las cosas a la cara, señalar aquello que nos molestara y ser transparente.

Si hablabas de alguien en el contexto del trabajo, tenías que enviarle la grabación después. Cuando me ofrecieron trabajar a jornada completa en Bridgewater, mi jefe me envió la cinta en la que deliberaban y pude escuchar lo que realmente pensaban de mí mientras yo no estaba en la sala.

Fue algo de mucho valor para mí, sobre todo hoy en día, cuando algunos entornos corporativos promueven la falsedad y la falsa amabilidad, sin que la gente te diga lo que realmente piensa de ti.

En Bridgewater no había nada de eso. Suena contradictorio, pero las constantes grabaciones nos animaban a ser más abiertos y a ponerlo todo sobre la mesa: no hay ningún incentivo para no hacerlo.

Me gustó mucho su franqueza. La valora mucho ahora porque, trabajando en el sector jurídico, a veces tenemos tantas cosas que hacer que no siempre recibimos información directa. Al igual que en la mayoría de las empresas, te valoran durante una revisión anual o semestral y, a veces, para entonces, un pequeño problema se ha convertido en algo más grande.

Con el sistema de puntos de Bridgewater, si había un problema, se sabía el mismo día y se solucionaba esa misma semana. Echo de menos esa parte.

Siempre ganaban las mejores ideas

Se nos animaba mucho a rebatir a los responsables y a los jefes, porque uno de los principios era que la empresa fuese una meritocracia de ideas y que la mejor idea llegara a lo más alto, no la de la persona con más antigüedad.

Como se fomentaba el debate y la discrepancia, aprendí mucho de mis compañeros. Mis puntos de vista eran cuestionados y yo cuestionaba los suyos. No puedo imaginarme otro lugar de trabajo que permita ese tipo de crecimiento y retroalimentación sincera.

Mi experiencia me convirtió en quien soy hoy

Probablemente la cultura de Bridgewater haya cambiado, sobre todo porque Ray Dalio ya no está allí. Pero no puedo dejar de recalcar lo transformadora y reveladora que fue para mí la experiencia. Me ayudó a convertirme en la persona que soy, especialmente mi forma de pensar sobre valorar el trabajo de los demás y qué tipo de relaciones fomento en el entorno laboral.

Nunca he trabajado con un grupo tan brillante de personas únicas. Había estrellas del póker, músicos y gente que escribía comedia. Todos hacíamos cosas muy diferentes, pero estábamos unidos bajo el paraguas de Bridgewater y nos entregábamos por completo al trabajo.

La experiencia me preparó para la vida, incluso más que para una carrera empresarial. Me ayudó a tener la piel más gruesa y soportar mejor las críticas; ahora ya no hay nada que se me resista.

Unos años después de trabajar en Bridgewater, participé en el programa The Bachelor. Allí, la gente cotilleaba sobre mí y me decía muchas cosas malas y horribles.

Mi experiencia en Bridgewater me preparó para entender que todo el mundo tiene juicios o percepciones sobre ti, pero no tienes por qué prestarles atención. En mi tiempo de becaria solíamos pensar que "solo eran puntuaciones".

Una calificación no lo es todo. A lo largo de tu vida, recibirás muchísimas, y hay que relativizarlas tomándolas como lo que realmente son.

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